“El llamado de Ixchel”
Comenzaba el verano en la isla de Cozumel y las
golondrinas rellenaban los cielos con sus vaivenes por las mañanas. A lo lejos
se escuchaba el cantar de una cigarra en medio de los manglares. Un cocodrilo
se asomaba entre el agua de una lagunilla repleta de vegetación y raíces
arqueadas que recordaban a acueductos o patas de arañas gigantescas. Yatziri
despertaba de un sueño reparador y delicioso en su psicodélica hamaca de
colores ochenteros. En realidad amaba esa pieza de tejidos delicados ya que su
abuela se la había regalado cuando nació y era el único recuerdo que tenia de
ella porque, años atrás, desapareció misteriosamente en una noche de luna llena
y nunca se supo que fue de ella.
Estiro sus morenos brazos y sus torneadas piernas a lo
largo y lo ancho de la hamaca de colores, como si quisiera abarcar todo el
mundo en ellos. Esbozo un profundo bostezo y parpadeo de forma rápida y
vigorosa, abanicando sus largas y cautivantes pestañas curvadas. Sus ojos color
miel la hacían parecer una juguetona ardilla intentando saltar de su nido.
Volvió a bostezar, ahora más hondo y también volvió a pestañar, ahora de una forma más lenta y seductora que casi
lograbas ver como el viento jugaba con sus pestañas. Yatziri dio una vuelta
sobre la hamaca, luego dio dos y después de rodar sobre ella como una tortuga
boca arriba, se levantó de la hamaca con un salto enérgico, tan vigoroso fue
que al caer al suelo cubierto de paja, esta salió volando como finas fibras
marrones y doradas, como plumas de faisán. Vivía en una choza o palapa con
techo de huano y recubierta de pak’lum, un rojizo barro revuelto con paja o
zacate, que retenía la frescura y el calor dentro de la casa. Ambas cosas a la
vez.
La madre de Yatziri, Itzamani, la esperaba en la
cocina con un delicioso desayuno casero. Yatziri amaba esos desayunos, en
especial las tortillas hechas a mano, las cuales describía como: gloriosas. Se
vistió con la ropa del día: una blusa, pantalones cortos y unas modestas
sandalias amarillas. De una forma extraña, el amarillo le recordaba a las
flores de la selva que colgaban en lianas altísimas o en el suelo negro con los
petalos abiertos y el centro hueco como una boca, como esperando a que alguien
fuera hacia ellas para devorarlo. Camino diez pasos fuera de su palapa y llego
a otra más grande donde el humo adornaba el techo formando una nube blancuzca,
casi gris, con surcos arremolinados que simulaban acolchonadas bolas de algodón
negro. Demasiado mágico, creía ella.
-
Ma’alob kiin Na’.-
Dijo ella, saludando a su madre.
-
Ma’alob yun-Al.- le contesto
ella-. El desayuno de hoy es “huevos con tomates asados”. Prepare atole igual
hija, si quieres sírvete un poco, las jícaras están en aquella caja en la
esquina.
Yatziri camino hacia la esquina más cercana a la
puerta, donde una caja de madera color rojo estaba pulcramente acomoda. Al
abrirla se encontró con varias jícaras perfectamente acomodadas, platos de
plástico y otros de madrea, algunos cubiertos en botes transparentes y por
sorprendente que le pareciese, un vaso de cristal cortado que asomada
parcialmente sus bordes, ya que estaba cubierto de periódico viejo. Tomó una
jícara grande y camino dando saltitos hacia el fogón donde se encontraba una
hoya de barro grande, cubierta con una gruesa tapa de madera de cedro que despedía
su perfume como incienso en la acogedora cocina. Al abrir la hoya, una ráfaga
de vapor agridulce la abordo e impregno sus fosas nasales bruscamente, pero a
ella no le molesto aquello, al contrario, ese aroma agrio le fascinaba. Vertió
otra jícara dentro de la olla y saco un poco el líquido blanco y viscoso, el
cual se sirvió en la jícara que tenía en la otra mano, la cual estaba ya casi
por rebosar de atole de maíz. Luego camino hacia la mesa que estaba en medio de
la palapa, tomo un ca’anché, un banquillo enano que no tenía soporte y se sentó
en el para sorber con diminutos traguitos el atole espeso y caliente.
-
Esto esta deliciosa
mamá.
-
Es de la milpa de tu
abuelo… la cosecha del año pasado fue buena. Mira, tiene granitos morados en el
fondo-. Yatziri reviso curiosa su jícara y al no ver nada bebió un poco más
rápido el atole hasta dejarlo a mitad de recipiente.
-
¡Es verdad!
Dijo emocionada. Varios granos de un morado oscuro
rodaban en el fondo de la jícara, como pequeñas Amatistas que se dejaban mecer
por el líquido viscoso. Bebió más sorbos con sumo placer.
-
Aquí tienes tu comida
hija.
Su madre le deposito un plato rebosante de huevos y
tomates quemados, humeando de lo caliente que estaban y varias tortillas hechas
a mano. <<Ka’an: El Cielo>>, pensó la niña de quince años mientras
llevaba a sus carnosos labios un trozo de tortilla caliente con huevos y
tomates jugosos.
Mientras el desayuno se servía, de la envolvente
vegetación de la selva tropical que se desbordaba afuera, una figura tétrica
comenzaba escapar de la niebla, apareció
como un espectro envuelto en humo blanco, era un hombre con un morral en la
mano. Llevaba puesto un sombrero tejido de palmera en la cabeza y vestía una
playera sin mangas y pantalones de manta percudidos y alpargatas. Aquel era el
padre de Yatziri.
-
Hace frió ahí
afuera.- dijo el hombre al entrar en la cocina-, ¿o es que acaso aquí está
demasiado caliente?
-
A’ach síis, No’och.
Los señores de la lluvia nos brindaron una mañana fresca, así que cúbrete, no
vaya a ser que te de un mal viento y
te enfermes.
-
Estoy bien, la niebla
me protege. Lo sabes…
Hubo una leve pausa entre ellos y luego el hombre
camino lentamente hacia la mesa donde estaba su hija. La saludo con un cálido
beso en la cabeza y sonrió al verla. Yatziri no volteo a ver a su padre, estaba
tan entretenida observando los granos de maíz violeta en su jícara que olvido
saludarlo.
-
¡Ma’, ma’! Leeti’
peek’ tsiik bik’ix paakat ts’uul.
Renegó el hombre cuando paso detrás de su hija.
Yatziri salió de su transe repentinamente y sus mejillas canela de tornaron
rojizas y oscuras a la sombra de la palapa por la vergüenza que sintió al no
saludar a su padre.
-
Ssa’asa’al si’ipil, taat.-
se disculpó ella-. No lo vi entrar, estaba muy entretenida viendo las joyas de
mi atole.- Su padre dibujo una sonrisa cariñosa en su rostro y se sentó a lado
de ella.
-
Ak’áat Jaanal, No’och?-
pregunto la señora a su marido.
-
Ma’alob Xnuk.-
contestó este.
La tarde comenzó a caer en la isla. El sol quemaba el
cielo con su fuego incandescente, tornándolo de un cálido y abrazador color
naranja intenso, como las mandarinas que salen de los árboles en noviembre.
Yatziri disfrutaba de los atardeceres y siempre que le era posible, corría
hacia la playa cercana a su casa a sentarse en la blanca arena y poder ver como
el sol quemaba los cielos, convirtiéndolos poco a poco en carbón negro y
cenizo, repleto de estrellas titilantes. Y esa tarde no fue la excepción, y tirada
en la arena húmeda Yatziri se quedó viendo como el naranja poco a poco se
convertía en morado, como los granos de su jícara hasta quedar negro como la
oxidiana. El sonido de las olas la tranquilizaba, era como escuchar la
respiración del mar, pensaba ella. Su mirada se concentraba en el horizonte
infinito, mientras la gran bola de fuego le decía adiós. Tanto tiempo estuvo
viendo como el sol se despedía de ella que no se percató del momento en que el
mar la arrulló con sutileza y cuando menos lo espero, quedó profundamente
dormida, protegida por una enorme palmera de coco y recostada sobre la fina
arena de la playa.
Su mente se descontó del mundo. De todo lo que la
rodeaba. Se vio en medio una oscuridad absoluta, ni un destello de luz había en
donde ella estaba. Sumergió su mente en un sueño profundo, inmensamente
profundo. A su vista, poco a poco se fueron materializando diminutas chispas
azules, eran como pequeñas flamas que iban y venían sin un orden. De repente se
vio un pico de piedra a su derecha. Desapareció. Luego otro más a su izquierda.
Se esfumo. Varios de ellos sobre su cabeza, que luego explotaron en trozos
diminutos que fueron esparcidos en todas direcciones, desapareciendo enseguida.
Todo era confuso. Comenzó a caminar y noto algo extraño en su andar: sus pies
estaban cubiertos de agua, pero no podía verla. No podía ver absolutamente
nada, y en medio de la ignorancia de no saber lo que sucedía, el miedo la
abrazo y la hizo su presa. Se quedó parada y con la mirada atenta a ningún
lugar, y con una expresión ciega de miedo autentico.
De la nada, una mano le toco el hombro. Ella dejo
escapar en automático un fuerte grito de su garganta mientras volteaba para ver
que la tocaba. Cuando volteo una inmensa luz explotó frente a ella y todo el
lugar se ilumino al instante. Yatziri cayó al suelo mojado, cubriendo sus ojos
con una mano y amortiguando la caída con la otra. A pesar que era un sueño,
todo era vívidamente real. Demasiado palpable y real.
Frente a ella se hallaba una figura que llevaba puesto
un largo vestido blanco. Una dama. Brillaba como nada que ella hubiera visto
antes. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, poco a poco vio como a su
alrededor se formaban sobresalientes picos de roca: los de arriba filtraban
gotas lentamente, como lágrimas cuando brillantes y los de abajo tenían la
punta redonda y lisa, como cabezas sin cabello cubiertas de aceite. A su
alrededor se formaban inmensas charcas de agua cristalina, con aquella luz
podía ver a través del agua hasta llegar al fondo de donde estaba acumulada, el
cual aparentaba estar a escasos centímetros de su superficie, pero en realidad
era todo un efecto “lupa”. Estaba en una cueva, en un cenote. Yatziri volvió la
vista a la dama de blanco, que ahora ya dejaba verse más claramente: era
hermosa. Su piel no era canela como la de ella, al contrario, era de un blanco
como de perla. Sus cabellos parecían finos hilos de humo: negros y largos, y le
llegaban hasta por debajo de las caderas. Sus ojos eran grises como rocas de
río y sus labios rojos como el coral del mar. La dama era alta, casi tanto como
una palmera y delgada como un Chit.Su
cuerpo no tocaba el agua, en realidad no tocaba nada porque flotaba como un ave
en el aire.
-
Ma’ yaan sakjil.- dijo
la dama sin separar los labios. Su voz resonaba en toda la cueva, los ecos
viajaban como ráfagas de aire. Se alejaban cada vez más y se repetían como
voces que poco a poco corrían hacia la nada.
-
No tengo miedo.- dijo
la pequeña.
-
Téen Ixchel. Xunáam
Uj.- dijo la dama. Sus ojos eran pacíficos y calmados, recordaban a las aguas
tranquilas de los estanques por las mañanas.- Téech k’iinil antal jáan.
Letio’ob taaj ka’ambes leeti’ beel…- le dijo la ella a Yatziri, y luego en un
destello de luz azul y blanca desapareció de su vista.
Yatziri despertó de su sueño aturdida, la noche ya
había caído sobre ella y en el cielo la Luna la observaba fijamente, como un
ojo brillante y blanco. El mar estaba igual de calmado que antes y en el cielo
las nubes corrían en cámara lenta y las estrellas brillaban titilantes y
curiosas, como luciérnagas, como niñas sonrientes. Se levantó de la arena, su
cabello estaba revuelto y tenía raspado el brazo izquierdo, ¿acaso el sueño fue
“solo un sueño”, o fue algo más?, esa duda le dio vueltas en la cabeza durante
un buen rato. Dentro de su distracción recordó su casa; había salido desde la
mitad de la tarde para ver la puesta del sol y su madre debía estar ya muy
preocupada por su ausencia. Se arregló el cabello para que no se le viera tan
desordenado y comenzó a correr hacía su casa. La selva era oscura, y entre las
hojas de los altos árboles se filtraba la luz plateada de la Luna, aun parecía
que la observaba con atención.
Yatziri corrió más rápido, sentía que algo la seguía
con paso acelerado, y estaba en lo correcto. Detrás de ella cuatro sombras
escuálidas y deformes saltaban entre los árboles, pero no iban persiguiéndola…
estas cosas negras iban en dirección contraria a ella y parecía que llevaban
algo… algo muy familiar a su vista, ¿era acaso eso un sombrero tejido de…? , vio
como caía el sombrero desde una gran Ceiba y a las sombras adentrarse entre las
raíces de aquel inmenso árbol y después de eso un grito. El lamento invadió
toda la selva, algunas aves emprendieron vuelo de sus nidos y los monos y una
que otra ardilla saltaron de rama en rama, como escapando de algo. Yatziri
sitio un aire helado en la espalda y sintió los vellos de su nuca erizarse como
lo hace un puercoespín. El miedo la rodeo y con el temor a flor de piel,
acelero el paso hasta su casa, sin mirar a tras e ignorando aquella majestuosa
Ceiba.
Dio una vuelta a la izquierda, luego otra a la derecha
y por último pasó entre dos enormes hojas de Chit
para así poder ver a lo lejos las tres palapas que conformaban su casa. Pero lo
que vio la dejó atónita, estupefacta; como a un animal al ser atrapado,
acorralado por su depredador, sin salida y con la sentencia marcada en la
frente: muerte. Las palapas estaban todas destrozadas, la que correspondía a la
cocina estaba en llamas, la de su cuarto tenía el techo completamente destruido
y despojado de todo rastro de madera y hoja de Huano. Parecía como si algo muy pesado le hubiera caído encima y su
cuerpo al querer salir de la choza, rompió todo lo que le hacía estorbo para
liberarse. La de sus padres estaba aún peor: las paredes estaban retiradas, el
techo se distribuía entre las ramas de los árboles y el suelo de tierra negra.
Podía ver las hamacas de los dos y algo de ropa que pertenecía asu madre
aplastaday pisoteada por gigantescas huellas en el suelo enlodado y el morral
de su padre a mitad de aquel campo de caos y destrucción. Los animales de la familia
estaban distribuidos por doquier, algunos muertos y otros pocos, muy pocos,
vivos. Los que estaban muertos estaban mutilados: una ala de gallina colgaba de
una ramita empapada en sangre, la cabeza de un puerco la miraba con la lengua
afuera, la mitad trasera de uno de los que fueron sus perros estaba trabada
entre las ramas gruesas de un árbol de chico-zapote y la otra mitad que tenía
la cabeza mordisqueada, pendía al aire libre entre las hojas de un árbol de plátanos,
que más qué hojas tenía irregulares ramas llenas de sangre y viseras
desparramadas por todo el árbol. La tierra que estaba bajo sus pies tenía un
color más marrón en ciertas zonas, Yatziri comprendió que eso era más sangre, y
cuando el efecto shock se le pasó, su mente la alerto de lo peor que pudo haber
pasado: sus padres podían estar muertos igual.
Corrió hasta las palapas: primero fue a la de la
cocina, que humeaba y despedía saltones trozos de carbón ardiendo. Nada ahí. Después
fue a la que era el cuarto de sus padres, pero solo encontró vasijas y ropa
destrozadas. Tampoco estaban ahí. Por ultimo camino hasta la suya, todavía
tenía esperanza, pero al asomarse solo vio un agujero enorme que penetraba la
tierra varios metros. Sus padres tampoco estaban ahí; y al no ver ni rastro de
ellos sus fuerzas comenzaron a decaer y el sutil beso de la desesperación la
toco y el miedo la alojo en su seno con la intención de no dejarla ir, nunca
dejarla ir. Se desvaneció a un lado de lo que solía ser la entrada a su palapa.
Cayó de rodillas y las lágrimas comenzaron a brotar como rocío caliente y
salado de sus ojos, quemándole las mejillas y arrastrándola a la oscuridad.
Sintió tanto dolor; su corazón se volvió un agujero
negro que le apretaba el pecho como si mil rocas la contrajeran contra un muro
invisible. Acostada en la tierra mojada, se enrollo como lo hacen las
cochinillas cuando las atacan, para protegerse del exterior. Recordaba aquella
mañana tan vívidamente y su mente le decía que era imposible que algo así
estuviera pasando. Era ilógico, ¿Quién atacaría a una familia maya que vive
alejado de toda modernidad? Sus padres decían que el hombre blanco trajo a la
isla muchos males y uno de ellos era la destrucción con la que trataba todo a
su paso. Yatziri amaba la naturaleza, tanto que una ocasión se interpuso entre
un hombre que maltrataba con golpes y patadas a un gato desnutrido, golpeando
al opresor en la entrepierna y el abdomen, y tomando luego a la criatura para
sanarla en casa. Se aferró a ese recuerdo, mientras sus mejillas aun supuraban
gotas de ardiente sal. Intento olvidarse de todo y cuando creyó que por fin iba
a dejarse llevar por su mente, una voz ronca y extraña le hablo con un tono de
extrañes y de preocupación en las palabras.
-
¿Te encuentras bien,
niñita?
Yatziri alzó la mirada para ver quién era el poseedor
de aquella voz tan asentada y con los ojos hinchado le volteó a ver: era un
chico moreno y alto, de cabello sedoso y negro como la noche. A la luz del
fuego precario de la cocina se le veía marcado y musculoso. No tenía puesta una
playera ni caminas y del abdomen hacia abajo lo cubría una tela gruesa y marrón
formando pantalones. En sus brazos resaltaban dibujos extraños y antiguos, como
jeroglíficos o algo así, pero no estaban pintados. Estos dibujos brotaban de su
piel misma. Su perfil era fino y varonil al mismo tiempo y sus cejas abundantes
como el césped en primavera.
-
Ma’alob.- contesto
ella mientras se secaba las lágrimas de los ojos.
De repente una alerta se activó en la cabeza de
Yatziri. No sabía quién era este extraño y sus padres habían desaparecido. Se levantó
deprisa, tomo un trozo de madera rota cercano a ella y amenazo al joven en
ella.
-
¿Quién eres? ¿Por
quéestás aquí? ¿Dónde están mis padres?- las palabras salían en automático de
su boca. Sus manos temblaban sobre el trozo de madera, listos para golpear al
muchacho ante la másmínima amenaza.
-
¡Jets’ leen, jets’
leen! No voy a hacerte daño.- el joven moreno dibujo una divertida sonrisa en
su rostro. Sus ojos brillaban con el resplandor del fuego.- Vine a ayudarte. Me
envió la señora de la Luna, Ixchel. Me llamo Yunuen. Soy un guardián del agua.
Yatziri lo miro con recelo. No lo conocía y por lo
tanto no tenía por qué confiar en él, sin embargo fue atenta a sus palabras y a
su invitación. Recordó el sueño que tuvo, por alguna razón tenía que creerle a
ese chico de brazos fuertes y melena de cuervo. Yunuen le contó lo sucedido:
cuatro demonios que sirven a un señor de Xibalbá había venido y tomaron a sus
padres por la fuerza… ni él ni ella se explicaban porque, pero al ser él un
súbdito de Ixchel, sus órdenes eran ayudar a la chica.
Yunuen extendió una mano hacia las plantas selváticas,
la cual tenía grabada en la palma un símbolo extraño que parecía pintarse entre
sus venas, ya que se veía la sangre recorrerla con gran fuerza. Al hacer tal
acto, tanto árboles como hojas y tierra se abrieron de par en par, y un camino
blanco y brillante como la luna misma apareció ante ellos, era un Sak Beel.
Yunuen extendió la mano hacia Yatziri, que la miraba asombrada y desconfiada a
la vez.
-
Si quieres puedes quedarte, pero
aunque lo hagas las cosas no mejoraran, tal vez lo que se llevó a tus padres
venga por ti. Tu vida acaba de cambiar Yatziri, tu destino y todo lo que alguna
vez creíste real se ha transformado… bienvenida a mi mundo. Bienvenida a la
tierra de los dioses.
_________________________________________________________________________________
_________________________________________________________________________________
Traducción de frases:
*Ma’alob kiin Na’: buenos días
mamá.
*Ma’alob yun-Al: buenos días hija
mía.
*Yatziri: rocío de amanecer o
doncella de la luna.
*Itzamani: esposa del brujo del
agua.
*Ka’an: El Cielo.
*Noóch: Esposo.
*Meen síis, íicham: hace frió,
esposo.
*¡Ma’, ma’! Leeti’ peek’ tsiik
bik’ix paakat ts’uul: ¡No, no! Hasta el perro saluda a su amo.
*Ssa’asa’al si’ipil, taat:
perdóname, padre.
*Ak’áat Jaanal, No’och?: ¿quieres comer, esposo?
*Ma’alob Xnuk: si quiero, esposa.
*Ma’ yaan sakjil: no tengas miedo.
*Téen Ixchel. Xunáam Uj: soy
Ixchel, señora de la Luna.
*Téech k’iinil antal jáan.
Letio’ob taaj ka’ambes leeti’ beel…: tu tiempo se aproxima. Ellos vendrán a
mostrarte el camino.
*Ma’alob: Estoy bien o solo bien.
*¡Jets’ leen, jets’ leen!:
¡tranquila, tranquila!