viernes, 19 de octubre de 2012

La Milla 696



-¡Boom! ¡Bam! ¡Crash!

El sonido del metal retorciéndose filtraba en mis oídos mientras mi automóvil deportivo rodaba hacia abajo por la ladera de un precipicio. -¡Crash! ¡Stock! ¡TRISH!- Cristales volaban por todo mi alrededor y la bolsa de aire que impedía que me rompiera mas la cara, me apretaba contra mi asiento que de por sí ya me sofocaba, por causa del cinturón de seguridad. ¡Trash!  Todo quedo quieto. Mi cabeza daba vueltas, comenzaba a ver todo un poco más oscuro y cada vez más opaco. Mi respiración agitada empezaba a calmarse y, poco a poco, fui sintiendo como mi cuerpo se desvanecía y la conciencia desaparecía. Paulatinamente el dolor de mi cabeza y mis extremidades se fue apagando y mi corazón empezaba a tumbarse, a ceder al descanso y a darse por vencido. Estaba muriendo. Con la poca energía que mi cuerpo conservaba, pude divisar por el espejo retrovisor una llamarada que apenas se comenzaba a formar. Vi los destellos amarillos y rojos del fuego que comenzaba a abrazar el montón de lata arrugada que apresaba mi cuerpo. Inútilmente, intente quitarme el cinturón; moribundo y casi sin conciencia, comencé a gritar desde aquel agujero en medio de la noche. Mis lamentos hicieron eco en todo el lugar, pero ninguno; en absoluto NADIE auxilio mi llamado y mi destino estaba sellado. Mi corazón casi apagado, revoluciono sus latidos a ritmos descomunales, tratando de hacerme reaccionar a ese escenario, mi mente razono la situación y envió señales a mis manos, brazos y piernas; pero nada sucedió. Solo el silencio me acompaño en mis últimos minutos. Ligeramente empecé a sentir el calor de las brazas en mi espalda y casi al mismo tiempo comencé a caer en un sueño tan profundo que, mis ojos se cerraron en contra de mi voluntad. Mi corazón ya no latía más y el oxígeno que tanto necesitaba me falto. Me desmaye y después de eso simplemente sucedió lo que sabía que iba a pasar. Quede inconsciente en mi asiento apachurrado para de esta forma morir entre las brazas calcinantes del fuego aquella noche. Morí. Me despedí de mi prodigiosa vida en aquel instante y guarde en mi esencia el rencor de haber salido de este plano a causa de un estúpido que embosco mi camino. Mi agonía termino y mi sufrimiento se acabo. Así fue como la desgracia de aquella carretera comenzó. Así fue como el torturo de las almas inicio.Después de aquella noche desastrosa, mi ser se quedo impregnado en los arboles, en la tierra y en las rocas, en el aire que por ahí circulaba y, como un ser nocturno, busque refugio en las cuevas que en el submundo existen para esconder mi pena de los demás. Para poder ser un alma que solo buscara la superficie para atormentar a aquellos que una vez fueron mis iguales, a quienes por culpa de uno odio; a todos. TODOS. Aquellos vivos que me causan asco, que me molestan la sola presencia y me hacen sentir fuego dentro. Muchos me lamentan aún, pero sus lamentos son más bien zumbidos que irritan mis oídos, susurran mi nombre frente a la lapida que adorna mi tumba con bellas letras góticas que, con sus formas simples y elegantes forman lo que una vez me dio identidad: Vladimir.Esta es la historia del punto donde me calcine hasta no ser más que un cuerpo de carbón. Del lugar que quedo maldito por mi alma vagabunda, por mis ganas de no irme a ninguna lugar, de no pasar la luz que todos vemos cuando no vamos. Por reusarme a cruzar la línea de la paz y decidir deambular por cavernas, senderos y la famosa carretera que me arrebato la vida. Ir en busca de aquel que me mato, de aquel que me obligo a quedarme. Buscar mi venganza en los vivos y darles el mismo destino de mi atormentado ser.





20 de Abril, 20- -




Eran las 2:00 pm, Israel y Florence ya estaban atrasados para ir al funeral de su amigo Vladimir. Era una pareja muy joven, de 23 él y de 20 ella.

- ¡Florence! Date prisa cariño, o llegaremos tarde a la recepción en la iglesia.
- Ya voy Isra, ya voy. Solo busco mi velo, es que no lo encuentro y lo necesitare.
- Bueno, pero apresúrate ya es muy tarde.
- ¡Ya lo encontré! Vámonos.

Salieron de su casa ubicada en Golde St., en el muy elegante vecindario de Black Tree. Subieron al Sedan deportivo de Israel y como alma que lleva el diablo salieron del fraccionamiento. La iglesia no quedaba lejos, pero la recepción era a las 2:15 y la caravana hacia el cementerio de la ciudad tardaba más de lo que parecía. Tomo un atajo para llegar más rápido y paso por un sendero cerca del mercado de aquella ciudad. Llegaron en seis minutos a su destino. Los que alguna vez fueron amigos del difunto Vladimir, ahora llegaban vestidos con trajes negros y grises, velos cubrían las caras de las damas que entraban por la enorme puerta de caoba de aquel gótico y antiguo edificio. Florence tomo salió del auto junto con su esposo, vestida de negro con una rosa blanca en el pecho, un sombrero tan enorme que cubría su rostro y un velo tan tétrico que la hacía ver más hermosa con su piel blanca como la nieve. Israel, por otro lado, vestido de un elegante saco negro acompañaba a su esposa escoltándola con su brazo cruzado al suyo, su semblante triste reflejaba su dolor, Vladimir fue su mejor amigo. Su compatriota en las fiestas y su consejero en los problemas. Se conocían desde hacía muchos años, desde su niñez para ser exactos. Acompañado de una carta que leería en aquella despedida, fue con paso firme y recto hacia la entrada. Una vez dentro del edificio, el magnífico esplendor de los frescos y vitrales deslumbraron su impresión, aunque por dentro aun estaba herido, pudo sentir la seguridad que aquel lugar proyectaba. Acompaño a su esposa hasta uno de los lugares del frente, justo atrás de la familia de Vladimir, se sentaron y la misa empezó. El obispo que predico se tomo su tiempo, hablo de la segunda vida en el salvador y de la resurrección del difunto en la venida del redentor. Oro por él y muchos sollozos se hicieron notar; la madre y padre de Vladimir, sus hermanos y familiares se acercaron al ataúd para darle el último adiós al rostro del que alguna vez estuvo platicando con ellos. Luego llego el momento de Israel, se armo de valor y con un paso algo nervioso titubeo al subir cada escalón. Llego al pódium y con una voz ronca y rasgada comenzó a recitar cada una de las palabras que su corazón habían plasmado en aquel papel. Una lagrima se le escapo y con ella un llanto siguió, se descontrolo enfrente de todos y lloro amargamente la pérdida de su amigo. Uno de los cuñados del difunto subió para ayudarlo a abajar y su esposa casi corre para recibirlo al defender de aquella plataforma. Camino a paso lento hacia su lugar y toda la iglesia permaneció en silencio. Nadie hablo y ni siquiera el respirar de los que acudieron al velorio se escucho, una paz y un silencio absoluto domino todo el ambiente.

El obispo rompió aquel bello silencio y con una invitación a seguirlo en la caravana dio la orden de salir del lugar. Primero salieron los de enfrente de la iglesia, seguidos por los de en medio y por último los de atrás, todos formaron muros a cada lado de las escaleras que se permitían el acceso a aquel edificio viejo y sagrado, y con un respeto sin igual cuatro hombres, todos familia de Vladimir, sacaron el ataúd desde en frente de la iglesia. Una marcha de despedida comenzaba en ese momento y con flores blancas y rojas se tapizo el suelo por donde pasaban aquellos hombres con la lujosa caja de madera y terciopelo.

La carroza esperaba debajo de aquellas escaleras grises y bajo unas nubes negras que anunciaban una próxima tormenta; y con la lluvia empezando a caer, la marcha emprendió su camino. La caravana de autos comenzó a seguir aquella carroza que inspiraba miedo y respeto a la vez. Miedo hacia aquellos que temían morir y respeto para los pocos que veían la muerte como un viaje más en la vida. El auto de Israel era el segundo detrás de la carroza, el primero era el de los padres y hermanos del fallecido amigo. Florence sollozaba dentro de su vehículo y no hablaba nada. Ninguno hablo en todo el camino. Llegaron al cementerio donde reposaría el cadáver maquillado de Vladimir, a la morada última del amigo de Israel, el Rose de la Mourge.

La carroza se detuvo, y de ella bajaron dos caballeros con sombreros de copa. Después de eso todos los autos de estacionaron cerca de la entrada, los cuatro hombres que cargaban el ataúd fueron a auxiliar a los conductores del auto de la muerte y con seis manos el cuerpo de Vladimir emprendió su último viaje hacia algún lugar. Caminaron doscientos metros hacia dentro del terreno sombrío, bajo la lluvia helada y acantarada,  y una vez llegando a la fosa, colocaron la caja lujosa en un montículo tapado con una lona verde y adornada con muchas coronas de flores. Los paraguas se abrieron casi en sintonía, rodearon el sepulcro y una vez más el obispo dio unas palabras, una oración de hizo elevar y las lagrimas volvieron a brotar. Los ojos de casi todas las damas estaban rojos e hinchados de tanto llorar, los caballeros con su semblante frio, demostraban el dolor que sus corazones sentían. Pañuelos y velos se mojaban, gafas de sol tan grandes como fondos de botella escondían las miradas y un canto de dolor se escapaba de las gargantas de todos los presentes. Entonaban un himno que rasgaba sus almas y mientras el ataúd bajaba, el llanto aumento, los chillidos se enfatizaban más y los lamentos tomaban posesión de toda la atmosfera. Con flores rojas fue despedido Vladimir, y cuando la última de estas fue lanzada, Florence e Israel se acercaron con el presente que adornaba sus ropas negras, para que, con un gesto de aprecio y amor hacia aquella alma perdida hace apenas tres noches, una rosa blanca resaltara de entre todo el panorama rojo y café que se encontraba ahora a tres metros bajo tierra, mientras el lodo de los suelos tragaba apresurado el ataúd que se enterraba para la eternidad en aquel agujero.

El velorio termino y solo la madre de Vladimir permaneció derribada sobre el lodo llorando la muerte de su hijo. Israel le quiso hacer compañía, pero la mujer pidió que se le dejara sola con la tumba sellada. Nadie más quería a su alrededor, solo ella y el fantasma de su único varón. Florence tomo del brazo a su esposo y con gestos cariñosos lo invito a partir de aquel lugar. Israel, con dolor en el pecho dejo aquel cementerio bajo la lluvia, una lluvia tan helada que los huesos le dolieron y las manos se le pusieron azules por la baja temperatura, sus labios quedaron violeta y sus ojos opacos como un cristal sucio. Camino cabizbajo de la mano de su mujer y en su sedan partieron de ese lugar. Pero justo antes de salir del recinto de muerte, una silueta familiar observaba detrás de un viejo y enorme roble; Israel rápidamente noto aquel cuerpo detrás del ancestral árbol y pudo jurar que vio a Vladimir ahí parado. Quedo atónito ante aquella visión, pero tan pronto como la vio desapareció de su panorama y la duda se planto en su alma. No sabía que pensar y decidió guardarse el encuentro para sí mismo, no le contó nada a Florence y con la mente distraída arranco el auto y partieron del Rose de la Mourge.

El retorno a la residencia de los esposos fue largo y lento, tan fastidioso que los dejo sin aliento. La lluvia no paraba y parecía que cada vez aumentaba más y más. Israel pensaba en lo que vio, se preguntaba si solo fue una mala jugada de su imaginación, o si las circunstancias confundían su mente. Distrito y con una tétrica imagen impregnada en su cabeza se paso un semáforo en rojo, un frenón rechino sobre la avenida empapada y los gritos de Florence trajeron de vuelta al distraído conductor. Cinco centímetro fue la suerte de ese momento, el auto que transitaba en todo su derecho por la cinta asfáltica quedo separado del sedan de Israel por esta distancia. Una avalancha de insultos y gritos obscenos cayeron sobre el pobre Israel, quien reconociendo su erros bajo la ventana de su auto y pidió una disculpa al hombre que estuvo a punto de romperse el alma por culpa del esposo se Florence.
Retomaron el camino a casa, pero esta vez Florence tomo el control del volante. Su esposo estaba demasiado distrito como para conducir de nuevo. Tardaron diez minutos más en llegar a su casa, los diez minutos más reflexivos de toda la vida de Israel. Pensó y repensó lo que vio, deshizo su mente y trato de entender lo que su visión pudo captar, pero nada concreto se materializaba en sus ideas y la conclusión que su lógica le daba era inaceptable para él. Un Fantasma. ¡IMPOSIBLES! ¡RIDICULO! -Esos seres o entes no existen, son solo cuentos populares de la gente que ignora el conocimiento de las cosas, es algo tan estúpido creer en fantasmas.- pensaba Israel.
Llegaron a la casa, Florence estaciono el auto en el garaje y ambos bajaron para adentrarse al inmueble de estilo mediterráneo. El gato de Florence los recibió con ronroneos y caricias por entre sus piernas:

 
- ¡Boris, gato travieso! Déjame abrasarte bola de pelos.
- No me lo acerque Florence, por favor. No tengo ganas de acariciar hoy a tu gato.
- Sé que estas triste amor, pero el animal no te ha hecho nada. No desquites tu frustración contra él.

Florence se sintió ofendida y le dio la espalda a Israel, este con el mismo camino al lado contrario de su esposa y se dirigió hacia el despacho que daba con el patio trasero. Israel llego hasta su oficina y se centro frente a la enorme ventana corrediza que tocaba desde el suelo hasta la pared, y lo dejaba ver la lluvia gris caer en esa tarde sombría. Se recargo sobre el escritorio de cedro que adornaba el despacho y mientras miraba la lluvia defender seguía meditando lo que vio.

- Lo vi, estoy seguro. Esa chaqueta era representativa de él. Y con ella murió quemado.- eso pensaba mientras las gotas caigan elegantes sobre las hojas del naranjo que danzaba con el viento en su patio.

Domino su pensar un momento y comenzó a recordar los buenos tiempos con su amigo. Recordó las travesuras de su infancia con Vladimir, se rió el solo en medio del cuarto y lagrimo mientras sus memorias regresaban a él. Graduaciones, ex novias, trabajos de juventud, citas con las chicas de sus vidas, entrenamientos en el gimnasio de la universidad y proyectos que ambos harían cuando la fortuna llegara a sus vidas. Todos llegaban como avalanchas a su mente y justo cuando el sueño comenzaba a dominarlo un sonido extraño y resonante atrajo su atención y lo despertó del calmado y pacifico momento que disfrutaba.
Levanto la mirada y la dirigió hacia una esquina muy cerrada, en la cual se encontraba un viejo perchero perteneciente a su familia desde 1800. Quedo atónito ante lo que vio. Una sombra comenzó a proyectarse desde el techo hasta el suelo, rodeando aquel viejo perchero y tomando la forma de un Lord de la época dorada. Quiso gritar, pero su garganta se cerro de inmediato, solo sus ojos aceituna se quedaron fijos sobre la esquina. Un sombrero de copa, idéntico al de los conductores de la carroza, parecía tapar su cabeza y esconder su mirada. La temperatura comenzó a descender drásticamente e Israel empezó temblar de frio. De repente, aquella sombra dio la impresión de caminar, y con pasos lentos y pausados se acerco lentamente hacia un librero pegado al escritorio de la oficina. El horrorizado hombre que miraba al espectro deambular por su oficina salto de su silla, y mientras la lluvia se hacía notar bella y opaca, Israel cayó al suelo de aquel cuarto. Entonces una voz ronca e intensa, demasiado idéntica a la de su amigo, resonó en sus oídos.

- VEN-GAN-ZA.

Un aire acelerado y penetrante formo un pequeño remolino en medio de la oficina, y con una fuerza sobrenatural se fue de la presencia de ahora confundí, espantado y petrificado Israel.

Tardo en retomar la conciencia y en ordenar sus ideas, y una vez que tu lógica pudo entender lo que sucedió no hizo más que dar un grito desgargante y fuerte desde el interior de su oficina. Florence acudió hacia el casi de inmediato, y con un azoton demasiado cargado, abrió la puerta de la oficina. Al mirar en el interior de ella encontró a un esposo ido, perdido y sin expresión alguna en el rostro. Sintió miedo de lo que vio y no supo cómo reaccionar, se quedo unos segundos observándolo y después de pensar bien los movimientos que debía de hacer, se acerco lentamente hacia Israel. Con cariño y dulzura, su voz lo llamo por su nombre, pero el hombre no respondió a nada. Solo se quedaba viendo la esquina vacía donde estaba el viejo perchero. Una vez más su esposa lo llamo, y con una mirada hueca, dirigió sus ojos hacia Florence. Ella se quedo pasmada y soltó un chillido de espanto al momento. Su esposo solo logro decir estas palabras: -El no ha muerto., para después levantarse e irse a sentar de nuevo a la silla frente a la ventana de la oficina. Florence pensó sabiamente y decidió dejarlo, salió del cuarto y con la misma llamo a su suegra, a su madre y a quien quiera que le pudiera atender la llamada. Contesto Viridiana, su compañera de trabajo y amiga desde hacía cinco años. Se reventó en llanto y relato lo sucedido, vigilo que su esposo no apareciera y programo una cita con aquella que la oía al otro lado. Quedaron de verse en el café Sirenas a las seis de la tarde, en una hora exacta. Subió a su habitación y se cambio el traje negro, vistió pantalón y un conjunto de blusa y chamarra, por la lluvia que no paraba. Maquillo un poco sus ojos hinchados y se retoco el polvo de la cara. Bajo hacia la sala de nuevo y noto que su esposo no se encontraba aun ahí, así que camino hacia su oficina y lo encontró todavía sentado frente a la enorme ventana, contemplando la lluvia deprimente.

- Saldré un momento cariño. Iré con Viridiana a ver unos asuntos del trabajo, deje unas chuletas preparas en el sartén de cristal sobre la estufa. Te Amo.

Se quedo unos segundos más esperando algún gesto de cariño o desprecio de su esposo, una despedida de su amante, pero nada sucedió. Solo el silencio le respondió. Y con  un sentimiento indiferente, cogió su bolso del sofá de la sala y se dirigió al garaje. Encendió el auto y partió de la casa en penumbra.

Llego al café Sirenas y Viridiana estaba esperándola sentada en una mesa con sombrillas, en la terraza del establecimiento. Florence camino apresurada para llegar pronto hasta donde su amiga, y casi a galope atravesó todo el establecimiento para aterrizar en el asiento a la par de Viridiana. Se saludaron de beso, y aunque Florence no estaba del mejor humor, regalo una sonrisa a su amiga. Un mesero las interrumpió y sacando su pequeña libreta, les pregunto si deseaban tomar algo. Ambas, y casi en coro, pidieron un cappuccino caramelo como bebida; lo cual las hizo soltar una risa inocente. Florence platico todo lo sucedido hacia unos momentos en su casa a Viridiana, demostró su frustración y dejo fluir una que otra lagrima frente a su confiable confidente. Explico que desde que su esposo recibió la noticia del fallecimiento de su mejor amigo, había estado demasiado depresivo; trato de no excusar a su esposo y dijo comprendedlo, pero la mirada hueca que percibió de él la tenía alertada. Se sentía angustiada por su amor e inseguro por ella misma. Tenía presentimientos extraños y un miedo que no sabía cómo explicarse, pero que ahí estaba. Latente y constante como las olas del mar.

Estuvieron el café por dos horas, siguiendo hablando de los problemas de la otra y compartiendo sus temores e inseguridades, dándose consejo mutuo y tratando de solucionar los conflictos de cada una de ellas. La conversación estaba demasiado interesante pero entonces Florence recordó a su esposo y su situación, recordó que no era conveniente dejarlo solo y como si un impulso eléctrico la levantara de su silla, se paró de inmediato. Explico a Viridiana las razones del porque se iba así nada mas, y con besos y risas se despidieron ambas amigas. Corrió al auto y emprendió el viaje de regreso a su casa.

Llegando a su modesto domicilio, encontró que su esposo no estaba y se angustio en demasía. Resulto que después de que Florence partiera hacia el café Sirenas, Israel salió de la casa a pie. Se dirigió hacia el paradero de autobuses y espero la ruta que lo dejara más cerca de la milla 696. El autobús no tardo mucho y una vez que estuvo dentro de la nave, solicito al conductor que lo dejara en el punto más cercano a dicha milla. El accidente de Vladimir había sido noticia pública, dado que el difunto pertenecía a una de las familias más adineradas de la ciudad, así que en su indiscreción el conductor dijo a Israel: - ¿Quiere que lo deje cerca de la milla del muertito ricachón? Israel reventó de ira e insulto de manera muy agresiva al hombre, le deseo males y una discusión muy intensa se realizo en aquel autobús. Un hombre más alto que ellos intervino, tranquilizo a ambos individuos y una vez que la paz reino en sus semblantes, el autobús continuo su viaje pausado con Israel sentad hasta atrás. La lluvia había parado para ese momento, pero el día seguía tan nublado y gris que Israel seguía sintiéndose vacío y solo. El autos llego hasta el punto más cercano de la milla 696, y mientras el conductor gritaba a la noticia, Israel camino hacia la entrada. Pidió una disculpa por su reacción y ambos hombres se estrecharon la mano. Bajo de aquella nave gigante y comenzó a caminar entre senderos enlodados y llenos de charcos. Camino un kilómetro y la milla revelo su presencia. La carretera estaba empapada a más no poder, ríos de agua y lodo se formaban por entre ella y a sus lados; Israel alzo la mirada hacia donde había sucedido el accidente de su amigo, y un enorme roble, el cual contribuyo a la muerte de Vladimir, se revelaba majestuoso y destruido a la distancia. Ramas rotas y marcas de llantas en el asfalto adornaban el escenario de muerte. Comenzó a bajar la colina en la cual se encontraba y se dirigió hacia aquel gran roble. Se paro frente a él y lo contemplo varios minutos, lo rodeo y examino los alrededores. Comenzó a buscar algo, pero no sabía que con exactitud, solo buscaba. Camino y camino, le dio mil vueltas al árbol y a la carretera; observo con gran detalle las huellas del asfalto y dado que aquella ruta era demasiado poco transitada, pudo pasearse por en medio sin temor a que un auto lo atropelle.

Estaba en cuclillas mirando una de las marcas de llanta más cercanas al árbol, cuando sintió que su nuca se erizaba. Volteo rápidamente y solo logro divisar una rápida sombra esconderse tras un árbol lejano. Se levanto de inmediato y se quedo fijo en ese punto, detectando cualquier movimiento ajeno al panorama, cuando de nuevo los vellos de su cuello se levantaron en señal de alerta. Viro la mirada otra vez y la misma sombra se escondió ahora detrás de una enorme roca. Empezaba a espantarse, pero decidió seguir observando. Camino lentamente hacia la roca gigante y esta vez su mirada no fallo ni su nuca se erizo, vio claramente como una sombra corrió por detrás de la roca y se incorporo al roble en pedazos. Quedo petrificado, ante él un fantasma había dejado verse y con movimientos lentos pudo identificar parte de la identidad de aquel ente extraño. Notó que la sombra portaba el espectral reflejo de una sudadera azul profundo, con un bordado muy particular. Algo que solo él y alguien más compartían en la vida, un emblema propio, un sello único: la silueta de un cuervo sobre una rama marchita.

Israel no supo cómo reaccionar ante tal momento, se detuvo y miro hacia todas partes, la noche empezaba a entrar y la milla 696 comenzaba a oscurecer. Busco dentro de su cabeza aturdida una respuesta lógica a los hechos, pero estaba tan espantado que no supo si correr gritando o caminar lenta y pacíficamente, como si nada hubiera pasado. Comenzó a dar pasos hacia atrás, caminando de espaldas y observando el tétrico roble en ruinas. Su miedo lo controlo y casi a galope salió corriendo de aquella calle desierta. Casi sin aliento estaba y la oscuridad lo abrigaba, cuando de nuevo, su nuca se erizo. Un nuevo temor volvió a apoderarse de él e inconscientemente corrió aun más rápido y más fuerte. Sentía que alguien lo perseguía, volteaba a cada momento a mirar su retaguardia, pero anda veía. Miraba hacia los lados, hacia abajo y hacia arriba, pero solo se encontraba. Encontró el sendero en la colina por la cual llego y rodeado de arboles, sintió la mirada de aquellos mudos testigos que lo acusaban sin razón alguna. Ramas golpeaban su rostro y rocas detenían sus pasos, todos estaban conspirando en su contra y cuando pensó estar más espantado que nunca, de nuevo la voz de su oficina lo encontró:

- VEN-GAN-ZA.- fue todo lo que Israel escucho.

Se desmayó. Quedo tirado en medio de aquel bosque en la colina. La lluvia volvió a mostrarse majestuosa sobre él, y la noche se poso dictadora en los cielos, las estrellas dominaron las copas de los árboles y espectral cortina blanca cubrió los suelos. Israel despertó de su inconsciencia, se dio cuenta de que había desvanecido en aquel olvidado sendero. Su cabeza dolía y sangre cuajada en ella tenía. Lodo en su boca palpaba y con la manga mojada se limpio los dientes. Levantándose de la tierra húmeda, miro a su alrededor; de noche el sendero era engañoso y no sabía hacia dónde ir. Pensó que su mente lo torturaba otra vez, y a la distancia empezó a notar como la niebla se surcaba y partía, como si alguien pasara por en medio de ella, pera nadie mas había allí. Ignoro lo sucedido y a paso veloz, comenzó atravesar el bosque, camino por donde su memoria le recordaba. Un árbol aquí, una roca allá. Dos ramas quebradas y musgo en aquel tronco, imágenes que recordaba de su llegada al lugar. Las luces de autos transitando la avenida principal empezaban a distinguirse entre el montón de hojas y ramas, la lluvia había cesado. Estaba a punto de salir de entre toda la maleza del bosque cuando su panorama se nublo y como si una densa capa de gas gris lo cubriera, aquellas luces desaparecieron y un aire helado lo envolvió. Israel sintió más miedo que nunca, su sentido de alerta disparo sus niveles de adrenalina y todo el estaba a la defensiva. Una silueta igual de alta que él comenzó a surcarse entre aquella niebla fría y por primera vez, pudo ver el cuerpo de su espectral perseguidor. Estuvo a punto de desvanecerse de nuevo, pero sus ansias eran tan grandes que, no lo dejaron escapar esta vez. De entre la niebla, los arboles comenzaban a tomar formas humanoides, garras formaban sus ramas e iluminados por una tétrica luz ámbar, los agujeros de sus troncos formaban ojos que lo acechaban. Cabelleras de lianas negras caían sobre sus hombros y miles de murciélagos orbitaban las copas de aquellos arboles, como formando un techo de carnívoros guardianes que vigilaban a la alterada presa del miedo desde el cielo. Las hojas secas en el suelo comenzaron a crujir, como si el peso de un cuerpo dejara caer sobre ellas todo su furor, pero nadie había ahí. Solo estaba Israel. Su cuerpo comenzó a paralizar y sus piernas no respondieron a sus órdenes, sus brazos ignoraban su fuerza y solo pudo abrazar su cuerpo indefenso para sentirse un poco más seguro. Fue entonces cuando el fantasma del roble destrozado se presento y con una voz muy familiar llamo por su nombre a nuestro petrificado ser vivo: 

-IS-RA-EL. ISRA-EL. ISRAEL, porque huyes de mi, viejo amigo.-

Israel identifico de inmediato la voz que emitía la sombra, era la voz del más allá la que le hablaba. Una voz que lo penetraba y por fin el rostro fantasmagórico del ente que lo torturaba se hizo visible. Era su viejo amigo, el muerto de la milla 696.

Era Vladimir quien le hablaba, esa noche helada.

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